Clase 3: Las nuevas generaciones
Generación en la biblia
La biblia usa el término generación en diferentes formas. Normalmente, la palabra generación se refiere a todas las personas que viven al mismo tiempo, es decir, la palabra en la biblia tiene la misma definición a la que estamos acostumbrados en el momento actual cuando hablamos de la generación X o la generación del milenio. Habitualmente, una generación es de unos treinta años; una generación da lugar a la siguiente. Sin embargo, en algunos contextos bíblicos, una "generación" se puede referir a una edad más larga o a un grupo de personas que abarca un largo periodo de tiempo.
En Génesis 2:4, "los orígenes de los cielos y la tierra" parece incluir toda la historia humana, la época que empezó por la creación del universo. En Éxodo 1:6 la "generación" que muere se refiere a todo aquel que había vivido durante el tiempo que José y sus hermanos vivieron. En Números 32:13, la "generación" está limitada a los israelitas, el grupo de ellos, de 20 años de edad y mayores, en el momento de su renuencia para entrar en la tierra prometida. Esa generación en particular fue condenada a divagar en el desierto hasta que todos ellos murieron, excepto Josué y Caleb. Cuando la palabra plural generaciones ocurre en la biblia, como en Isaías 51:9 y Hechos 14:16, se refiere a un período indefinido de tiempo (muchas generaciones sucesivas).
Los idiomas originales de la biblia usaron al menos tres palabras diferentes para "generación". La palabra hebrea dor se puede referir a una generación normal o física, como en Éxodo 1:6. Pero también se puede usar de manera metafórica para identificar a las personas de una clase distinguible. Por ejemplo, el Salmo 78:8 dice, "Y no sean como sus padres, generación contumaz y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni fue fiel para con Dios su espíritu". Aquí la palabra dor se utiliza dos veces para referirse a un grupo de personas a través de un largo período de tiempo, que se caracterizaron por la rebelión y el pecado. La "generación" en el Salmo 78:8 no se limita a un período normal de treinta años, sino que se remonta a través de la historia de Israel para incluir a todos los que eran obstinados en contra de Dios.
La otra palabra hebrea para "generación" es toledot. Esto no se refiere al carácter de un grupo o una época, sino a la forma como esa época se generó. Así que "los orígenes de los cielos y la tierra" en Génesis 2:4 se refiere a los periodos de tiempo que iniciaron con la creación y continuaron biológicamente desde ese punto. Los "descendientes de Adán" en Génesis 5:1, significa la civilización de personas que iniciaron con él. La siguiente "generación" es la de Noé, para incluir el diluvio y las civilizaciones que vinieron después. La influencia de Sem se marca como una "generación", ya que él fue el padre de los semitas (Génesis 11:10). Y Taré, porque salió de Ur con su hijo, Abraham (Génesis 11:27). Más tarde, Ismael (Génesis 25:12) e Isaac (Génesis 25:19) fueron el origen de las nuevas generaciones. En cada caso, el hombre experimentó o causó un suceso significativo que cambió el rumbo de su linaje. Ellos generaron un evento que afectó la cultura.
En el nuevo testamento, la palabra griega genea es el origen de generación. Es similar a las dos palabras hebreas. Literalmente significa "engendrado, que dio a luz, natividad", refiriéndose a una línea genética. Pero se puede usar tanto para el marco de tiempo caracterizado por una determinada actitud cultural como para las personas en esa cultura. En Mateo 1:17, las generaciones están marcadas por eventos significativos y por personas, como por ejemplo: Abraham, David, la cautividad Babilónica, como la palabra hebrea toledot. Pero cuando Jesús llamó a los fariseos y escribas una "generación incrédula y perversa", Él se estaba refiriendo a la cultura en que vivían y que apoyaban (Mateo 12:39; ver también Mateo 17:17 y Hechos 2:40).
Por lo tanto, cuando leemos la palabra "generación" en la biblia, tenemos que considerar el contexto. Normalmente, una generación en la biblia es aproximadamente treinta años o las personas que viven durante ese tiempo, que es lo mismo que entendemos respecto a una generación en una conversación cotidiana. Pero hay veces que la generación se usa poéticamente para referirse a una clase de personas caracterizadas por algo distinto a la edad.
La generación Z es espiritual pero no religiosa
Es un desafío para la iglesia esta nueva generación joven, que se muestra espiritual, con conciencia y creencias de fe, pero no institucionalizada.
Hoy en día la iglesia tiene importantes desafíos que enfrentar, quizás los más evidentes o notorios y respecto de los cuales tendemos a hablar con mayor frecuencia sean: aborto, ideología de género, consumismo, hiperindividualismo, corrupción, pobreza, marginalidad, espiritualismo, entre otros.
No obstante, hay una realidad que subyace en nuestras propias estructuras eclesiales y de la cual, en gran parte, no hemos tomado debida nota. Dicha realidad a veces ignorada, muchas veces prejuzgada y casi en todos los casos inentendible para nuestra visión es la de los jóvenes, la nueva generación.
Vale la pena recuperar lo dicho por Jack Wyrtzen: “Cada generación es responsable de alcanzar a su generación para Cristo”. Debemos considerar que a Dios no lo podemos encasillar, ponerle límites, acotarlo a lo que nosotros entendemos que el debe hacer, parte de nuestro gran problema es que pretendemos decirle a Dios ¿cómo actuar?, ¿de qué manera actuar?, y ¿cuándo actuar? Nos olvidamos de Su soberanía.
Pasamos por alto que siempre, a lo largo de los siglos Dios rompió los moldes, se salió de los cauces naturales, hizo de manera diferente a la esperada. Es que precisamente eso es un milagro, la irrupción del poder de Dios transformando la realidad a partir de las limitaciones, las debilidades, la escasez y la propia naturaleza.
Jesús se especializó (podríamos decir) en salirse de los moldes que los religiosos, los fariseos, la sociedad de su tiempo y la cultura le imponían. En efecto, se juntaba con los pecadores y comía con ellos, sanaba los días sábados, hablaba con mujeres extranjeras e incluso les perdonaba sus pecados, hablaba con autoridad, tocaba leprosos, se acercaba a los menesterosos, libertaba endemoniados, caminaba sobre el mar, resucitaba muertos, le lavaba los pies a los demás.
Hacía cosas que eran raras, extrañas, pero no porque violaba la ley sino porque realmente la aplicaba. Era más importante el amor y la misericordia que el sábado, era más trascendente el perdón que comer con las manos sucias, era una mayor muestra del amor de Dios el libertar a los cautivos que contentar a los religiosos.
A veces no nos damos cuenta de que tendemos a hacer lo mismo que los religiosos, y nos cuesta entender que no podemos limitar, contener, encasillar, el amor, la gracia y la misericordia de Dios.
Un claro ejemplo de esto son los jóvenes, esas extrañas personas que llegan a nuestras iglesias con el pelo largo o cortado extrañamente, con pantalones rotos, remeras gastadas, algunos con tatuajes, aros, tachas y de apariencia chocante. A nuestro parecer, incapaces de darse cuenta la importancia del rito, la sacralidad del culto, la importancia de nuestras tradiciones.
A partir de una estrella pretendemos trazar un universo, a partir de la apariencia externa tratamos de indagar el corazón (es cierto debe haber una consistencia necesaria, pero nos olvidamos cuánto tardamos nosotros en ser formados por el Espíritu Santo), a partir de la formalidad tratamos de encasillar formas de pensar diferentes; pretendemos que las nuevas generaciones usen nuestros métodos, aunque tengan ya 50 años y no sean del todo eficientes. Lo que no cambia es el mensaje, lo que no cambia es la gracia, lo que no cambia es la misericordia, lo que no cambia es el poder, lo que sí debe cambiar son los métodos para que el mensaje se torne pertinente (Jn 9:6; I Cor. 9:20-22).
La iglesia debe aceptar que estamos en un nuevo entorno y hay una nueva generación a la que se denomina “Z” (también conocida como “postmillennial” o “centennial”)[1]. Esta nueva generación pese a lo que se sostuvo durante mucho tiempo de que la religión perdería poder y eficacia entre las futuras generaciones, por el contrario, se muestra espiritual y con conciencia y creencias de fe, aunque no institucionalizada en su mayoría.
Desde la década de 1990 principalmente se viene estudiando principalmente en los Estados unidos de Norteamérica, la deserción de los jóvenes de las iglesias cristianas. De hecho, el Grupo Barna es uno de los más proactivos en ese sentido y efectivamente detectaron dicha deserción en niveles de preocupación. A tal punto es un tema preocupante que diversos autores han pretendido dar respuestas a tal realidad, quizás el libro más difundido (2011) sea el de David Kinnaman y Aly Hawkins: “You lost me: christians are leaving the church”.
Pew Research Center[2] analizó la brecha de edad respecto de la religión en el mundo y señala que en los Estados Unidos los adultos jóvenes ahora son mucho menos propensos que sus mayores a identificarse con una religión o participar de las prácticas culticas. Esto con algunas irregularidades lo constataron en varios países del mundo ya sea aquellos englobados genéricamente como “en desarrollo”, como en aquellos industrializados o avanzados, de tracción musulmana o cristiana.
Que los jóvenes sean menos religiosos (en la asistencia a los cultos o el apego institucional) no significa que sean menos espirituales, sino menos formales y devotos de la tradición. Mencionan que en 14 e 19 países encuestados de América Latina, los adultos menores de 40 años son mucho menos propensos que sus mayores a decir que la religión es importante para sus vidas, a continuación adjuntamos el gráfico de resumen:
Otro tanto pasa en Latinoamérica, si bien no es masivo el abandono de los jóvenes de las iglesias, si es evidente que estamos lejos de una pastoral juvenil integral.
Un reciente estudio de WIN (Wordwine Independent Network), explora entre unas 66.000 personas en 68 países de todo el mundo y respecto de Latinoamérica concluyen que los países “más religiosos” de América Latina son: Paraguay (87%), Colombia (84%), Panamá (84%), Brasil (82%), Argentina (78%), Ecuador (78%), Perú (72) y México (61%).
Ahora bien, es importante tener en cuenta que manifestarse religioso no significa ser practicante, se trata de tener creencias de tipo espiritual, se liga a la religión con la espiritualidad y la eternidad más que con el culto y la iglesia. Por ejemplo en Argentina la conciencia de pertenencia al cristianismo es alta, pero la participación al culto (católico y protestante) es baja.
Esto tiene que ver con las creencias por ejemplo las personas consultadas en su mayoría creen en el alma (74%), en Dios (71%), los jóvenes de entre 18 a 24 años creen en Dios en un (74%).
Ya en el año 2011 la Universidad de Guadalajara, advertía que crece en los jóvenes la tendencia a buscar la espiritualidad sin la religión. Juan Diego Ortiz, director del Centro de Estudios de Religión y Sociedad de la Universidad mencionada, expresa: “Hay una tendencia a encontrar la profundidad de lo que significa la espiritualidad por este proceso de cambio cultural entre los jóvenes que están volteando hacia nuevas percepciones de entender la fe como una forma de solidaridad, compasión, compromiso con los otros y como una búsqueda de paz interior que de alguna manera está generando alejamiento de las religiones establecidas”. Agrega, a su vez: “toda religión se ha enfocado en la forma y no en el fondo, es una religiosidad ritualista y no una espiritualidad que atienda a los contenidos, al mensaje”.
Por su parte, Heriberto Vega, investigador del ITESO (Universidad Jesuita de Guadalajara), señala: “se está gestando en los jóvenes una espiritualidad laica”.
Un estudio particular hecho en la Argentina y publicado por el Diario La Nación recientemente[3] da cuenta que las prácticas religiosas juveniles más importantes son: rezar en la casa (69,4%), consumir libros o programas de TV religiosos (52%), leer la Biblia (32%). Si se pudiera hacer un ranking de las creencias juveniles se podría decir que creen en: Jesucristo (88,3%), en el Espíritu Santo (80,8%), la Virgen María (76%), los ángeles (75,1%), los santos (70%), el Diablo (43,6%).
Siguiendo a Mosqueira, pero respecto del ámbito evangélico podríamos decir que tenemos que deconstruir dos imaginarios principales uno que dice que básicamente los jóvenes no creen nada y otro que dice que los jóvenes pueden creer de una única manera. Los jóvenes logran asociar dos realidades totalmente opuestas a nuestro juicio y normales para ellos, por un lado altos niveles de creencia y por otro desapego respecto de la institución religiosa.
Volviendo a los más jóvenes y adolescentes (generación Z), se puede advertir que estas características se acentúan o profundizan, en el sentido de una espiritualidad abierta, a la cual habría (desde las iglesias) que darle forma sin encasillar, y dotar de contenido correcto aprovechando su multicapacidad.
Sin embargo, hasta tanto, como dijimos al inicio de la nota, no abramos nuestra mente a las nuevas generaciones, distinta, diferentes, pero igual de espirituales y con una necesidad de fe latente y vigente, renovando métodos (esto no significa que todo es fiesta, dado que los jóvenes según -Grupo Barna- también se alejaron de las iglesias porque era todo entretenimiento y no abordaban sus realidades), no seremos eficaces.
No podemos seguir en las escuelas bíblicas dibujando en un papel el arca de Noé, mientras los chicos nacen siendo multitareas y digitales, y desde su educación inicial los dispositivos son parte de su mundo.
Seguir hablándole a los jóvenes solamente de temas espirituales o doctrinales, necesarios, pero no suficientes, sin encarar con profundidad bíblica los temas coyunturales que a ellos les afecta (ciberbullying, acoso adolescente, violencia, sexualidad prematura, pobreza, entre otros). No todo es luces, es show, es diversión, sí todo debe ser ayudarles a vivenciar la realidad del Evangelio en un mundo digital, cambiante y desapegado de las formas.
Las nuevas generaciones nos deben seguir, hay que prepararlas, hay que dotarlas de contenidos veraces y herramientas ágiles y modernas, hay que impulsarla para que ocupen los lugares de influencia, hay que capacitarlas en amor y misericordia para que amen a sus pares tal como Cristo los ama y se entregó por ellos.
Pero esto no lo hacemos con liturgia, con formas, con tradición, lo hacemos caminando con ellos, sintiendo con ellos, influenciando sobre ellos y amando con ellos. Esta es una tarea no fácil para nuestra iglesia hoy, mantener la profundidad aunque renovemos las formas.
[1] Algunas de sus características principales son: ser nativos digitales; no conciben el mundo sin wi-fi, sin redes sociales, sin tecnología; usan múltiples dispositivos simultáneamente; son exigentes con el cuidado de su intimidad; le dan prioridad a lo que les gusta o sus prioridades personales antes que a las estructuras o normas (les cuesta cumplir horarios); hacen muchas tareas al mismo tiempo; son autodidactas, autosuficientes; tienen una sexualidad más libre y desinhibida; manejan su espiritualidad según sus sentimientos; tienen un vocabulario propio.
[2] El estudio referenciado es: “The age gap in religión around the World” (13 de junio de 2018).
[3] https://www.lanacion.com.ar/2152655-jovenes-y-religion-creer-mas-alla-de-las-instituciones